Siempre que se cocina una conversación sobre multilingüismo y se analiza la realidad de quienes conviven con varias lenguas, todos los argumentos que se ponen sobre la mesa tienen el mismo sabor: el conflicto. Como bien indica Rafael Areiza, “todo contacto de lenguas lleva consigo un conflicto entre las mismas que desemboca en perjuicio de la lengua económicamente más débil, la cual en última instancia entrará en un proceso más o menos acelerado de extinción” . Pero está en nuestras manos que no mueran las lenguas y que ese conflicto no vaya a más. Podemos mezclarlo todo con temas de cualquier otra índole: políticos, económicos…; o, por el contrario, asumir el compromiso y, entendiendo las diferencias, buscar soluciones para una mayor armonía lingüística.
Una de las explicaciones de este hecho, es que se parte de una lengua que es dominante y una lengua dominada. En el caso del catalán, por ejemplo, hay quien estima que la lengua dominante es el español y la dominada es el catalán. Sin embargo, hay muchos partidarios de lo contrario. El caso es que, de inicio, no hay una relación de igualdad. Lo que menos debería importar es si una está por encima de otra; lo verdaderamente capital es que todos los que conviven con ambas lenguas puedan comunicarse e impedir construir una nueva Babel que ponga en peligro la capacidad comunicativa de los hablantes.
Las comunidades de todos los lugares del mundo hablan, necesariamente, una lengua que se ha ido acomodado a las características sociales culturales e históricas para responder a las demandas expresivas o comunicativas de sus usuarios dentro de su propio contexto. Pero eso no quiere decir que no se pueda convivir pacíficamente con otras lenguas. Vivimos en un mundo global y multicultural; sabemos que la diversidad desemboca en diferentes tipos de lengua. No hay ningún problema en ello. Al contrario, es una gran riqueza cultural para todos.
Las lenguas están por encima de territorios y fronteras. La comunicación encuentra cada día menos barreras, en parte ayudada por el avance de las nuevas tecnologías. Además, las lenguas se pueden adaptar a cualquier situación: inventando nuevos términos, desechando otros, variando expresiones, etc.
Comparto la idea de Rafael Areizar al asegurar que “la capacidad de los usuarios de una lengua de interactuar en condiciones de equidad con otros grupos es lo que determina sus contactos y su supervivencia y la de su lengua frente a las condiciones necesariamente cambiantes del mundo” .
Yendo un poco más allá, dando por hecho que hay enemigos lingüísticos y haciendo uso de un viejo proverbio: como no podemos con nuestro enemigo ¡unámonos a él! ¡Unámonos todos! El resultado de la partida acabaría en tablas y todos estaríamos orgullosos de las buenas jugadas realizadas.
Por tanto, antes de plantearnos un conflicto por temas lingüísticos habría que dar un paso hacia la convivencia. Negociemos, hablemos de cómo podemos disfrutar de cierta concordia para construir, para avanzar, y dejar a un lado las diferencias. Cambiemos “guerrear” por “convivir” y tendremos un mejor título para éste y para todos los artículos que versen sobre el plurilingüismo: “¿Por qué se convive con lenguas diferentes?”.
Una de las explicaciones de este hecho, es que se parte de una lengua que es dominante y una lengua dominada. En el caso del catalán, por ejemplo, hay quien estima que la lengua dominante es el español y la dominada es el catalán. Sin embargo, hay muchos partidarios de lo contrario. El caso es que, de inicio, no hay una relación de igualdad. Lo que menos debería importar es si una está por encima de otra; lo verdaderamente capital es que todos los que conviven con ambas lenguas puedan comunicarse e impedir construir una nueva Babel que ponga en peligro la capacidad comunicativa de los hablantes.
Las comunidades de todos los lugares del mundo hablan, necesariamente, una lengua que se ha ido acomodado a las características sociales culturales e históricas para responder a las demandas expresivas o comunicativas de sus usuarios dentro de su propio contexto. Pero eso no quiere decir que no se pueda convivir pacíficamente con otras lenguas. Vivimos en un mundo global y multicultural; sabemos que la diversidad desemboca en diferentes tipos de lengua. No hay ningún problema en ello. Al contrario, es una gran riqueza cultural para todos.
Las lenguas están por encima de territorios y fronteras. La comunicación encuentra cada día menos barreras, en parte ayudada por el avance de las nuevas tecnologías. Además, las lenguas se pueden adaptar a cualquier situación: inventando nuevos términos, desechando otros, variando expresiones, etc.
Comparto la idea de Rafael Areizar al asegurar que “la capacidad de los usuarios de una lengua de interactuar en condiciones de equidad con otros grupos es lo que determina sus contactos y su supervivencia y la de su lengua frente a las condiciones necesariamente cambiantes del mundo” .
Yendo un poco más allá, dando por hecho que hay enemigos lingüísticos y haciendo uso de un viejo proverbio: como no podemos con nuestro enemigo ¡unámonos a él! ¡Unámonos todos! El resultado de la partida acabaría en tablas y todos estaríamos orgullosos de las buenas jugadas realizadas.
Por tanto, antes de plantearnos un conflicto por temas lingüísticos habría que dar un paso hacia la convivencia. Negociemos, hablemos de cómo podemos disfrutar de cierta concordia para construir, para avanzar, y dejar a un lado las diferencias. Cambiemos “guerrear” por “convivir” y tendremos un mejor título para éste y para todos los artículos que versen sobre el plurilingüismo: “¿Por qué se convive con lenguas diferentes?”.
@alopezgil